lunes, 2 de junio de 2014

UNA SELECCIÓN DE DIOS


Efesios 1:3-10

En esta hora he sido escogido para dirigir sus pensamientos hacia un estado mental de solidez, o a una contundente conclusión. Nadie sabe que puesto se da usted mismo, ante el altar del Santo, Santo, Santo. Pero si usted tiene un claro entendimiento de las Sagradas Escrituras, ha de admitir que si es parte de la iglesia, entonces usted es un escogido, parte del “PUEBLO SANTO”. ¿Y qué mejor puesto podríamos darnos que creernos un pueblo especial? También usted es de una corporación de creyentes separada en Cristo Jesús para un propósito. Para comenzar mi sermón, permítanme narrarles la historia siguiente.

En la oficina del ferrocarril donde registran la salida y la entrada de las encomiendas, estaba una grandísima jaula con un hermoso y grandísimo perro adentro. El perro miraba a otros perros enjaulados que iban y venían cuando sus amos los llevaban o los recogían. Aquel pobre perro fue el perro con más tristeza que uno se haya imaginado. Una señora amante de mascotas y llena de compasión preguntó, ¿por qué a éste perro no se lo llevan? La respuesta fue en esta forma: “Usted también estaría muy triste si usted estuvieran en la situación del pobre animal. El perro trituró con lo dientes el membrete con la dirección adonde va, y no se sabe a donde se dirige”.

Esto me hace pensar en algunas iglesias del Señor Jesucristo que yo conozco. Están enjauladas viendo la prosperidad de toda entidad social, comercial, industrial y eclesiástica y no hay quien les saque del jaulón donde han sido puestos.

Servimos a un Señor quien por años y años ha tocado el corazón de multitudes y ha cambiado sus vidas. Ante él ofrecemos alabanzas y ante él algunas veces gritamos nuestro dolor. Ante él fervientemente oramos y ante él amargamente lloramos. En Cristo Jesús Dios nos ha hecho lo más grande de las entidades en la tierra. Lo mejor de lo mejor de la creación, y no he de cansarme de ofrecer la concluyente prueba que dice:

“…y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo (Efesios 1:22,23).

Nuestro gran Dios Jehová, bendito él sea, nos ha dado multitud de recursos o medios, nos ha dado la virtud de la sabiduría y nos ha dado talentos para emplearlos en el diario vivir. Mas, no obstante, estamos tristes en la misma jaula viendo a los que vienen en prosperidad y viendo a los que van de triunfo en triunfo. En el campo clerical, que es nuestro campo, nos asombra el crecimiento que exhiben aunque crezcan en las espumas del error o en llamarada bucal de payaso. ¡Miren que suntuoso templo el que emplean en su liturgia! ¡Observen esas multitudes que asisten a sus convocaciones! Nosotros, sólo mirándoles desde nuestra jaula sin buscar el medio cómo predicarles. Mas sin embargo, somos los escogidos, la selección de Dios. Jesucristo fue poderoso en Su siglo, Él hoy, ¿nó puede encender corazones de modo que contagien a otros? ¿Qué está pasando con nosotros los escogidos de Dios, la selección de Dios?

Lo primero que pienso es que nosotros no sabemos para donde vamos. Hemos masticado el papel donde estaba la dirección y no sabemos adonde nos dirigimos. Hemos caído en cierta melancolía y en cierta tristeza hospitalaria. Mi segundo pensamiento es que la iglesia posiblemente no sabe quién es ella y por eso el apóstol Pablo viene y nos dice quien somos en Efesios 1:3-10 y alza la voz diciendo: “Bendito sea el Dios y padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el amado.”

Lo que más se destaca en lo que Pablo dice es que “Dios nos ha escogido en Cristo como un pueblo selecto antes de la fundación del mundo”. Tal como el selecto Jesús de sí mismo dijo: “Yo soy la luz del mundo”; pero también recalcó: “Vosotros sois la luz del mundo”. Jesús y nosotros, luz uno y luz los otros hacemos una hoguera de elevada importancia que absorba a las masas humanas. Al darnos esa importancia, como un lugar sagrado Pablo nos pregunta y sabio es responderle: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” Si templo y vivienda del Espíritu Santo, entonces, ¿nó es eso ser una selección de Dios? Dios nos ha escogido. Somos sus hijos favoritos. Somos su preferencia que sacó de entre los sabios de Grecia y nos trasladó a los justos de Israel. Somos el pueblo selecto. ¿Qué más queremos hermanos?

Nuestro Supremo Rey siempre ha llevado a cabo sus obras por medio de gente escogida, y por algo muy especial nosotros hemos sido escogidos entre tantos en el mundo. La única forma de comunicarse Dios con los seres humanos es encarnarse para cumplir su misión en forma de carne, de sangre y hueso. Comienza Dios con Abraham y la nación que de Abraham desciende, Israel. El poderoso Espíritu de Dios se encarnó en cada uno de los profetas, y la carne profeta, la sangre profeta y los huesos profetas vinieron a ser: La viva y permanente palabra de Dios. Después de Abraham, Dios hizo su obra redentora por medio de la carne, sangre y huesos de Jesús de Nazaret y nos confirmó el nuevo pacto, el Nuevo Testamento. En este tiempo siendo nosotros los escogidos de Dios, no somos escogidos únicamente para vacacionar y reírnos a carcajadas. Dios se ha encarnado en la iglesia, como Dios se encarnó en los profetas; Dios se ha encarnado en la iglesia, como Dios se encarnó en Jesucristo y pide que nosotros cumplamos su misión. Los profetas hicieron lo de ellos, Jesucristo hizo lo que a él correspondía. Nosotros hemos de hacer lo que nos corresponde porque para eso somos una selección de Dios, un pueblo escogido, un pueblo separado de las muchedumbres antes de la fundación del mundo para hacer una obra.

Domingo a domingo por la mañana veo en ustedes a un pueblo especial, pero el domingo por la tarde decidieron no ser una selección de Dios y prefirieron olvidar lo que somos: Pueblo escogido. Yo sé que a Dios alabamos cantándole con fervor: “Supremo Rey, Universal, Creador es él del mundo astral”; pero no sé si después de estos sesenta minutos trabajan para Dios. A veces me pregunto: Éste pueblo que bien viste por la mañana, ¿trabaja para el Señor después de esta hora? En mi corazón siempre hay una respuesta de tristeza. Y lo expongo para ver si de alguna manera salimos de nuestra jaula. ¿Por qué no asisten a otras actividades de la iglesia? Es que hay resentimientos, y éstos impiden al espíritu de solidaridad. Otra vez obtengo una respuesta que no me satisface. ¿Cual sería el problema entre nosotros?

Posiblemente el problema consiste en el verbo pasado: “según nos escogió en él antes”. No importa qué hagamos y no importa qué no hagamos, salvo siempre salvo. Usted ya fue escogido. Nuestra fe, nuestra esperanza, nuestra confianza, no consiste en lo que Dios hoy por medio de nosotros quiere hacer; pero consiste en lo que Dios por medio de la iglesia hizo en el ayer. La historia de los pueblos nos habla abundantemente de los gloriosos días del ayer. Los museos también reposan en el ayer. Pero nuestra esperanza descansa en lo que actualmente hagamos. Hace años estos edificios en los cuales adoramos no pertenecían a nosotros, y ahora son nuestros. Claro que hemos estado en el ayer cuando progresamos con estas estructuras. Pero de aquí, ¿adónde vamos?

Hay un cuento que describe a un pájaro de fábula. Éste pájaro vuela hacia atrás cantando un estribillo que dice: “No sé adonde voy; mas mira adonde he estado”. Los museos nos dicen adonde hemos estado, pero para testificar tienen que ir al pasado. La iglesia triunfante va hacia el futuro, porque las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Nosotros, los cristianos requerimos que se nos recuerde de vez en cuando, quiénes somos: El pueblo escogido, la selección de Dios. Introduzco en este punto el pronombre personal del plural: “nos”. Dios nos bendijo, Dios nos escogió, Dios nos aceptó (Efesios 1:3-6). ¿Están ustedes satisfechos con esos tres verbos: nos bendijo, nos escogió y nos aceptó? ¿Hay alguna otra entidad que pueda exigir esa propiedad de ser una selección de Dios? Nobles hermanos que escuchan con atención: Esas aseveraciones engloban a todos nosotros si somos súbditos del Rey de reyes.

Nuestra segunda tesis espiritual del texto en discusión es que Dios ha revelado a su selección, al pueblo escogido el plan eterno de salvación. Abraham fue especialmente escogido, y porque fue él una selección, de Dios escuchó estas palabras: “Y haré de ti una nación grande” (Génesis 12:2). Al exclamar Dios aquellas palabras tenía en su mente una nación más que imperial. De cualquier punto de vista que se vea la promesa a Abraham, está destinado a poderes imperiales bajo la supremacía del Dios Viviente, pues más tarde le promete hacer su descendencia como las estrellas de los cielos o como las arenas de los mares, añadiendo: “En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra” (Génesis 22:18). ¿Qué gobierno de la esfera terrestre ha gobernado toda la tierra?

Para proseguir con el plan de redención Dios levanta la nación de Israel a quien dice: “Si diereis oído a mi voz, y guardares mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos”, pero aquella gente ni oyeron la voz de Dios ni guardaron su pacto, como consecuencia, no fueron, no son, ni serán su especial tesoro. ¡Qué infortunio! (Éxodo 19:5; Malaquías 3:17). El verbo de Dios con nosotros cambia, si me permiten esta repetición: “Nos bendijo, nos escogió y nos aceptó” y por ende nosotros hemos llegado a ser de Dios el especial tesoro. ¡Qué dicha! ¡Glorificado en la iglesia sea de verdad nuestro Dios!

De la nación de Israel en el plan de Dios, sí surgiría Jesús nuestro Señor como una selección, quien escuchó del Padre estas palabras: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a Él oíd” (Mateo 17:5). ¿Es aquella voz un decreto o un imperativo? Se escribió esa cláusula para que el mundo entero la leyera, la oyera y la obedeciera y de ese modo perpetuarse hasta que otra vez escuchemos su voz: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo” (Mateo 25:34; Efesios 1:4).

Porque nosotros hemos escuchado la voz de Jesucristo que llama, hemos llegado a ser una nación que conoce el plan eterno escrito de salvación. ¿Por qué la Suprema Inteligencia nos ha hecho saber el plan eterno de salvación? No es para embodegarlo en bodegas de la mente. No es para depositarlo en cuentas corrientes o de ahorros de los bancos. El plan de salvación no es para enjaularlo o encarcelarlo en cárceles de nuestra haraganería o flojera. No es para enterrarlo como el hombre que enterró el talento. El plan eterno de salvación que conocemos no es para refrigerarlo en la refrigeradora del hogar. La Divina Gracia nos ha dado a conocer el plan eterno de salvación para exponerlo en público, para que circule dando ganancias. Para que libere almas del yugo de los errores en tantos organismos religiosos y para que haga resucitar a inmensidad de muertos en el horrible pecado. El plan de salvación es para dar calor, vida a las almas afligidas. En breve, el plan eterno de Dios es acercar a todos los hombres, mujeres e hijos de esta tierra a la familia de Dios, al pueblo escogido, que aunque lo desprecien, es la selección de Dios. Eso es el orden, la pauta o canon del Soberano Dios.

En la familia de Dios se vive en armonía bajo el consejo de Jesucristo en el selecto reino. En sí, somos la selección de Dios que une existencias celestiales con hombres, existencias terrenales. Dios ha querido que vivamos entre ángeles y otras criaturas del mundo exterior de acuerdo a Efesios 1:10 que dice: “el cual se había propuesto en si mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra”. Después de esto Pablo nos dice que “nos dio el ministerio de la reconciliación”. ¿Cómo, dónde y cuándo vamos a comenzar este ministerio de la reconciliación? Cómo: actuando de alguna manera. Dónde: allí donde hay un romanista o un protestante o un incrédulo. Cuándo: Hoy mismo porque la necesidad de salvación es imperativo.

Individualmente, ¿adónde se dirige? Dios nos envía a predicar hacia arriba o hacia abajo, ¿ó, no tenemos adonde dirigirnos? Recuerdan ustedes el perro en la jaula que masticó su dirección? Como individuo: ¿Es usted una selección de Dios? ¿Puede Dios decir: éste es mi predicador favorito, ésta es mi maestra preferida? Hoy honorables oyentes, Dios les ha escogido para ser su selección. ¿Le gustaría a usted ser parte del imperio de Dios que en tiempo comienza con Abraham y termina con la segunda venida de Jesucristo? Eso dicen las Sagradas Escrituras. “Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos” (1 Corintios 15:28). Somos una familia selecta, sacerdocio selecto, iglesia selecta, nación selecta, reino selecto, un imperio selecto. Dios, nuestra Divina Majestad espera ver que usted le responda con obediencia. Jesucristo poder de ayer a tocado corazones hoy. ¿Por qué no responderle? Lo único que Dios le pide es: bautismo y sumisión, y será para Dios un alma selecta, su especial tesoro.

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